6 de mayo de 2012

El Rey de Butan, Hoover y 48 leyes perversas... ( Parte II )


Sin duda no todo el mundo busca ser querido, apreciado o, sencillamente, caer bien. Algunos ejecutivos tienen motivaciones bastante diferentes. Hace unos cuantos años me regalaron un libro titulado Las 48 Leyes del Poder escrito por Robert Greene. Sin duda un libro peculiar y desafiante a juzgar por los títulos de las 48 leyes en cuestión. Aunque recomiendo revisar con detenimiento el trabajo de Greene, sorpréndase y lea a continuación algunos ejemplos de esas leyes:

  • Nunca le haga sombra a su amo
  • Nunca confíe demasiado en sus amigos; aprenda a utilizar a sus enemigos
  • Disimule sus intenciones
  • Busque llamar la atención a cualquier precio
  • Haga que la gente dependa de usted
  • No se comprometa con nadie. 
  • Mantenga el suspenso. Maneje el arte de lo impredecible
  • Diga siempre menos de lo necesario
  • Revuelva las aguas para asegurarse una buena pesca
  • Mantenga sus manos limpias

En cada una de las cuarenta y ocho leyes encontrará explicaciones como la siguiente, que les dan fundamento:

"Sólo los tontos se apresuran siempre a tomar partido. No se comprometa con ninguna posición o causa, salvo con la suya propia. El hecho de mantener su independencia lo convierte en el amo de los demás. Obtenga beneficios oponiendo a las personas entre si" 

En mi opinión lo anterior suena como lo que es, un despropósito. Lo sé. Pero despropósitos como este y similares los podemos encontrar en la historia profesional que a cada cual le toca vivir. Todos sabemos que las agendas personales existen. Eso no es lo relevante. Pero, eso sí, lo estrictamente personal no puede justificar cualquier acción. Más bien, entre las responsabilidades primarias de un líder moderno, debe incluirse la sincronización absoluta de su agenda particular con los intereses generales de la organización. Sin embargo, sincronizar no es sencillo y la historia ofrece ejemplos abundantes que demuestran la dificultad de lograrlo. Sin ir más lejos, recientemente vi en el cine "J. Edgar", película de Clint Eastwood acerca de la vida de Edgar J. Hoover, quien se mantuvo casi 40 años y seis diferentes Presidentes de Estados Unidos como Director del FBI.......a pesar de su impopularidad y seguramente gracias a su manejo del poder.

"Ya es hora de que esta generación pueda distinguir entre los villanos y los héroes"

La anterior frase, atribuída en la película a Hoover, es ilustrativa del concepto de poder como medio para conseguir un fin (agenda personal) no importa el precio. ¡Ah! Y además con un gran aval: estar en el lado de los buenos. Si ve la película y hojea también el libro de Greene descubrirá seguramente algunas coincidencias entre ambos. Y si se aventura a ir más allá y reflexiona sobre su entorno, o sobre su propia actitud, quizás descubra que algún capítulo del libro le resulta extrañamente familiar y quizás incómodo. Considero que aún se encuentran seguidores de las leyes del poder con demasiada frecuencia. Algo pasó entre querer ser del equipo de los buenos en los juegos infantiles y, con el paso de los años, postular con seriedad a estar en el bando de los malos a través de ser un profesional que pretende ser el amo de los demás o revolver las aguas para obtener una buena pesca. Lo más probable es que quien se sitúa en el bando de las "malas prácticas" gerenciales, quizás se ofreciera como voluntario para ser indio o ladrón en los juegos infantiles que describía en la primera parte de este post......¡Quien sabe! En todo caso lo central es que soy un convencido de que, en la mayor parte de los casos, no todos los jefes son conscientes de los efectos frustrantes de determinadas actitudes gerenciales. Y si ese comportamiento es inconsciente, lo importante entonces es reconocer el uso de una mala práctica y que ésta puede ser corregida. Mi experiencia personal es que las malas prácticas pueden ser reconocidas y abandonadas en la mayor parte de los casos.

En todo caso, quien sigue este blog adivinará que no puedo estar más alejado de ciertos manejos perversos del poder que lo que generan es un pésimo ambiente laboral y, por lo tanto, resultados negativos para la organización. Apostemos por alejarnos de ese tipo de manejos y de quien los practica. Perseguir la felicidad es difícil pero nos podemos acercar mucho al bienestar.




La imagen anterior muestra a un grupo de colegas de Banco Exterior tras una jornada de trabajo y los gestos no se si hablan de felicidad, pero si de satisfacción y "buena onda". Es posible ejercer el liderazgo, ganarse el respeto de las personas, conseguir buenos resultados y generar buen clima laboral. Incluso debemos considerar que existen ejemplos interesantes en la historia que van más allá de una organización empresarial, como el del rey de Butan, Jigme Singye Wangchuck, cuando decidió hace más de 40 años sustituir el Producto Interno Bruto en su país por la medición de la Felicidad Nacional Bruta. Y lo cierto es que el rey Jigme no fue el primero en plantearse algo de esa naturaleza. El senador Robert Kennedy pronunció un discurso el 18 de marzo de 1968 (tres meses antes de ser asesinado) en el que hacía una severa crítica acerca de la forma en la que se calculaba el PBI, concluyendo con la siguiente expresión:


"El producto nacional bruto no permite medir la salud de nuestros hijos, la calidad de su educación o la alegría de su juego. No incluye la belleza de nuestra poesía o la fortaleza de nuestros matrimonios, la inteligencia de nuestro debate público o la integridad de nuestros funcionarios públicos. Tampoco mide ni nuestra inteligencia ni nuestro valor, ni nuestra sabiduría ni nuestro aprendizaje, ni nuestra compasión ni nuestra devoción a nuestro país, en definitiva mide todo, salvo lo que hace que la vida valga la pena"


Si. Perseguir la felicidad es difícil, pero la felicidad puede ser una consecuencia interesante de ejercer prácticas de liderazgo que no sólo busquen caer bien a los demás. Es interesante comenzar por entender que el poder es muy difícil de administrar y ser consciente de que, si en la vida profesional hay la oportunidad de manejar algunas dosis del mismo, debe buscarse una fórmula en la que se incluyan ingredientes positivos (felicidad, generosidad, rigor, justicia, pasión) y no solo aquellos (48 leyes) cuyo propósito sea alcanzar un dominio que le mantenga a uno "atornillado"al sillón de mando. Proteger el poder es una mala inversión que no lleva a ninguna parte. La protección de la pequeña o gran parcela de poder está, generalmente, condicionada a convertir las cosas en más complejas de lo que son, en hacerlas ininteligibles para cualquiera y enredadas para todos. Malo. Malo. Malo.

Es por eso que las cosas simples son fascinantes y cautivadoras. En "El viejo Japón y yo" título del discurso pronunciado por Yasunari kawabata en la ceremonia de entrega del premio Nobel de Literatura en 1968 (el mismo año que Kennedy pronunció aquel discurso....) encontré la siguiente frase:

"En la ceremonia del té late ese espíritu resumido en los preceptos de armonía, reverencia, pureza y tranquilidad, que encierran una gran riqueza espiritual. La sala donde se practica la ceremonia del té, tan severamente simple y sencilla, implica una extensión ilimitada y la máxima elegancia"

Generar felicidad en los demás no se consigue cayendo bien a la gente. No es un axioma. Muy por el contrario, caer bien a los demás puede ser una "actividad" agotadora y posiblemente frustrante. Sin embargo, buscar el mejor desarrollo de las personas es una meta atractiva y motivadora. 
Mi recomendación es que no fabriquemos enredos, no formulemos complejidades, no elaboremos pegajosas telas de araña y no inventemos laberintos indescifrables que impidan el mejor desarrollo de las personas a costa de preservar el poder individual. Busquemos la elegancia, la simpleza y la sencillez de un liderazgo que base su "poder" y trascendencia en la capacidad de inspirar a través del respeto, del rigor, de la equidad y de la más honesta profesionalidad.


Raúl Baltar