30 de abril de 2012

Hablando de Rousseau....¡Se me cayó la cédula! ( Parte I )


Pareciera que utilizar la expresión "en mi época" convoca a una suerte de declaración onomástica de antigüedad que no tuviera nada de positivo. Se trataría de una interpretación perversa del calendario por la que se confiesa que la vejez ya comenzó a instalarse. Existe una expresión coloquial venezolana muy simpática que se utiliza cuando alguien hace referencia a cosas del pasado o, si usted prefiere, "de su época":

-¡¡Se me cayó la cédula!!

Permita que se me caiga la cédula y reconozca que mi año de nacimiento me clasifica como un emigrante digital. Voluntarioso y satisfecho pero emigrante al fin y al cabo. Así, mi cédula dice que a mis 10 años no existía la tecnología como hoy la entendemos, la televisión no era una opción de entretenimiento todavía, la radio estaba pero era para "los mayores" y los libros no estaban al alcance de cualquiera. Pasaba entonces bastante tiempo libre haciendo deporte y jugando con mis amigos en la calle o en el colegio.

No se si ha tenido la oportunidad de ver la serie de Televisión Española "Cuéntame como pasó" donde se narran las peripecias de una familia de clase media española y en la que hay algunas muestras de que los juegos habituales para los más pequeños en "esa época" eran el de policías y ladrones o el recurrente de indios y vaqueros. Cosas así. En definitiva se trataba de correr como locos unos detrás de otros y, aunque siempre había alguien que desafiaba las normas ofreciéndose para el equipo de los malos, lo normal es que todos quisieran pertenecer al equipo de los buenos por lo que era imprescindible hacer un sorteo estricto que decidiera quién era quién. Si te tocaba hacer el papel de bueno ¡perfecto!, pero si te tocaba el papel de ladrón, o el de indio que luchaba contra los valerosos cowboys, hacías también tu mejor esfuerzo para ser un malo respetable.

Unos cuantos años después de aquellos juegos, en mi primer año de universidad, nuestro profesor de Teoría del Estado, Enrique Tierno Galván, nos fascinaba a todos con su magnetismo, su cultura y su habilidad para hacer fáciles las densas lecciones de derecho político impartidas a un puñado de futuros economistas en período de formación. Don Enrique era conocido como el viejo profesor y fue uno de los motivadores de mi afición por la lectura. Nos recomendaba libros con frecuencia como parte esencial del aprendizaje de su asignatura (método por cierto muy interesante). Uno de los libros que nos recomendó y que, aunque algo deteriorado, guardo con especial cariño en mi biblioteca, fue la autobiografía de Jean-Jacques RousseauLas Confesiones. Buscando algunas ideas para este post, estuve hojeando este maravilloso libro que literalmente devoré con 19 años y extraje la siguiente expresión:
"el más ardiente de mis deseos consistía en ser querido de cuantos me conocían"
Un genial científico venezolano me decía conversando acerca del mundo del poder que a él le gustaba disponer de él con un único fin: conseguir caerle bien a las personas cercanas. Sin duda, reconoce mi amigo, se trata de un ejercicio de egoísmo en su caso particular pero no hay duda alguna de que las confesiones personales de Rousseau, hace más de 200 años, tienen su origen en sentimientos que siguen plenamente vigentes en los tiempos actuales. La necesidad de "caer bien" es extraña por innecesaria, pero seguramente bastante común y muy humana. Queremos caer bien a los demás y, aunque la comparación sea oportunista, de alguna manera queremos jugar en el equipo de "los buenos".....

¿Cree usted que se dan comportamientos similares en el mundo de la empresa?
¿Cree usted que los jefes sienten la necesidad de ser apreciados por parte de sus colaboradores en el ejercicio del poder?

Sin duda que el poder (y los efectos del mismo en unos y otros) es un concepto amplio y con decenas de aristas. Si buscamos alguna opinión técnica y actual al respecto, encontramos el trabajo del profesor Pascual Montañés, vinculado activamente al IE Business School, que asegura en su libro Inteligencia Política algo tan claro como que el directivo tiene que levantar el mapa del poder y establecer las prioridades. De esa manera, el profesor Montañes abre un atractivo escenario en el que definir cual es la mejor estructura del ejercicio del poder. Quizás se pueda dejar de lado en este post el dilema entre si alcanzar el poder es una consecuencia natural de la evolución profesional o, en cambio, si se trabaja por una trayectoria profesional brillante como una búsqueda de poder. Pero definitivamente es importante el QUE se hace para llegar al poder y, por supuesto, será revelador el COMO se utiliza ese poder. En todo caso, considero que llegar a una elevada cuota de poder puede ser lo peor que puede pasarle a un profesional. El riesgo inherente es dedicarle tiempo a la distribución y uso de ese poder, lo cual puede terminar convirtiéndose en tiempo (inútil para el interés general de la empresa) dedicado a la protección del status alcanzado o a buscar el reconocimiento de los demás. El reto desafiante es lograr que las cosas no sean así.

En esta primera parte del post hablo en definitiva de sentimientos apasionantes y ciertamente complejos. En el ámbito de las relaciones personales en las organizaciones, los anteriores sentimientos deben evaluarse con precaución dado que ahí subyace la relación de un jefe (líder) con sus colaboradores. Es decir, ser querido por un colaborador no es forzosamente comparable a ser respetado en el terreno profesional. Más bien, la necesidad de garantizarse el afecto (que no el respeto) de las personas que nos rodean puede conducir a terrenos de escasa productividad y, en todo caso, poco interesantes a nivel individual y seguramente perjudiciales para el interés colectivo.


Raúl Baltar